Abraham Cruzvillegas - [PDF Document] (2024)

  • La voluntad de los objetos

  • La voluntad de los objetosAbraham Cruzvillegas

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    Copyright Abraham Cruzvillegas, 2014

    Primera edicin: 2014

    Copyright Editorial Sexto Piso, S.A. de C.V., 2014Pars#35-AColonia Del Carmen,Coyoacn, C.P. 04100, Mxico, D.F.

    Sexto Piso Espaa, S. L.c/ Los Madrazo, 24, bajo A28014, Madrid,Espaa.

    www.sextopiso.com

    DiseoEstudio Joaqun Gallego

    FormacinQuinta del Agua Ediciones

    ISBN: 978-607-7781-80-6

    Impreso en Mxico

  • NDICE

    IDENTIDAD Y TERRITORIOAutoconstruccin: una introduccin11Autoconstruccin 15Destino 47El artista politcnico o el burro quetoc la flauta 51Desfase 55Artesanas recientes 57My Generation63

    ARTE E INSINUACIONESDocumentos espaciales 97Notas paradocumentos espaciales 111Round de sombra 153Tratado de libre comer161Indisciplinariedad 195La voluntad de los objetos 217Basura sinttulo 227Lenguaje 229Un calcetn rojo dentro de una caja amarilla233Museo 253Sonrisas en el tiempo 257Temstocles 44: Qu pari?!265Otro texto sobre lo mismo (una vez ms con

    sentimiento) 277dOCUMENTA 13: Actividades improductivas sinttulo 289

    ALGUNOS ARTISTASPasando topes sin muelle 289Paseos del ter (lneamuerta) control remoto:

    Eduardo Abaroa 291

  • 8Dan Graham: cuatro obras 297David Medalla, un artista entreOriente y Occidente 301Marcos Kurtycz: memoria 305Cosmos309Amorales 313Quin diablos es Melquiades Herrera? 317Un espectro325Cafuz!!! 335Plan de San Lunes 341Rayadsimo 345

    CONSIDERACIONES SERIAS SOBRE NADABarbacoa de hoyo 351Amo ver elculo 355La polucin somos todos 359Health & Efficiency 367Ocio yactitud 375

    RETRATOS REALES DE PERSONAS IMAGINARIASManonegra 381Tencha 385Po387Adelaido 389Licenciado Menjueiro 393La pendiente 397Canvas 403ElRebaje 405

    RELACIN DE CONTENIDOS 413

    CRDITOS DE LOS ILUSTRADORES 425

    OBRAS ILUSTRADAS 427

  • IDENTIDAD Y TERRITORIO

  • Abraham Cruzvillegas, documentacin fotogrfica del Ajusco paraAutoconstruccin, 2008.

  • AUTOCONSTRUCCIN: UNA INTRODUCCIN

    La casa donde nac y crec se fue construyendo, modificando ydestruyendo en un proceso de aceleramientos (calor, fro), inercias(uso, abandono), transformaciones (adaptaciones, cancelaciones) ycontradicciones (pretensiones estetizantes, aberraciones esti-lsticas) que han compuesto un conjunto que ahora, despus decuarenta aos, es tomado como materia prima de una obser-vacinprctica.

    La construccin de mi casa, de mi colonia, comenz en los aossesenta, en el contexto de una invasin, en una zona de piedravolcnica al sur de la Ciudad de Mxico que no haba sido contempladaen la planeacin de la ciudad, si es que hubo alguna.

    Los materiales y las tcnicas usados fueron casi comple-tamenteimprovisados, dependiendo de las circunstancias es-pecficas delentorno inmediato, en medio de una inestabilidad social y econmicageneralizada, no slo en Mxico, sino pro-bablemente en el mundo. Lassoluciones estaban basadas en necesidades y situaciones concretascomo hacer una nueva ha-bitacin, modificar un techo, mejorar,modificar o cancelar algn espacio.

    Por haber sido construida sin presupuesto y sin voluntadarquitectnica, actualmente la casa aparece catica y casi intil; sinembargo cada detalle, cada esquina tiene una razn de ser, de estarall. La casa es un autntico laberinto pulido por la p-tinasimultnea de la construccin, el uso y la destruccin.

    Esa autoconstruccin, como se llama genricamente a ese tipo deedificaciones, debe ser vista como un proceso clido en el que lasolidaridad entre vecinos y familiares es muy im-portante. Esto noslo en trminos de colaboracin como tal,

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    como un capital compartido, sino tambin como un entornoeducativo y enriquecedor para cualquier individuo como parte de unacomunidad, para entender su propia circunstancia.

    Este proyecto es un levantamiento, una proyeccin en perspectivadel lugar mi casa realizado del mismo modo, tal como fue surgiendo:improvisando sobre la marcha, sin pre-supuesto, sin plan, sinobjetivos claros.

    Las premisas que me interesan tienen que ver con la po-sibilidadde entender (o inventar) la realidad a partir de di-mensionar cadasitio donde uno se encuentre como una posible plataforma de creacina partir de la recuperacin de los materiales a la mano; en esteproyecto me refiero espec-ficamente al sitio donde me desarroll ydonde yo llegu a ser yo, o donde empec a ser. Sealar tambin algunascualidades del contexto, mismas que pueden detectarse en otroscontex-tos, pero que en este caso concreto, son las ms cercanas a mcomo individuo.

    Parto de mirar alrededor: las cosas en la casa, la casa, otrascasas, mi colonia, la ciudad, el lugar donde vivo; los modos detrabajo: colaboracin, fiesta, dilogo; los criterios constructivosen la apariencia formal de las casas: el caos, el amontonamiento,la inestabilidad, el hacinamiento, la promiscuidad esttica.

    La principal fuente de inspiracin de este texto se com-pone deun quiebre hacia observaciones sobre fragmentos particulares de lacasa, tal como es ahora, casi palmo a palmo, reconociendo susaccidentes, sus riquezas y detalles, tratando de subrayar elaspecto vivencial transformador de la experien-cia sobre lamateria.

    Las referencias originadas a partir de la observacin de la casase manifiestan aqu y en otros proyectos esculturas, ex-posiciones,libros como obstculos, rebabas, estorbos, saltos, brincos,sacudidas, irregularidades, desprendimientos, rebo-tes, quiebres oanulaciones, que apelan de manera indepen-diente y crtica a lolocal, es decir al contexto cualquiera que ste sea en forma de unaconciencia somtica de lo inme- diato, de lo urgente.

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    Cada parte del proyecto se improvisa con materiales encontradosen cada contexto de ah lo local a partir de un proceso de seleccinno esttico, es decir sin gusto. En todo caso es ms bien elpotencial del uso el que exige y necesita de los textos, objetos,imgenes y otros materiales para compo- ner los conjuntos,indefinida y fragmentariamente.

    De la casa, como concrecin, como proceso, como met-fora, comoparadoja e irona, a los posibles enunciados que de ella derivanlase: mi trabajo como escultor, como artista se establece un puenteque idealmente evidencia y confronta en-tornos econmicos, polticosy sociales, eventualmente tam-bin contradictorios.

    Este proyecto, como la casa, los libros que le, la msica queescuch, las pelculas que vi, las experiencias en gene- ral queatraviesan la definitivamente inacabada construccin de la identidadde la casa, quise decir significa una apro- ximacin crtica encrisis a la realidad, sin nostalgia. Son hechos.

    Abraham Cruzvillegas, documentacin fotogrfica del Ajusco paraAutoconstruccin, 2008.

  • AUTOCONSTRUCCIN

    Durante la segunda mitad del siglo xx una buena parte de laCiudad de Mxico creci de manera acelerada y catica, de-bidoprincipalmente a los enormes grupos de migrantes de las zonasrurales que llegaron a la capital en busca de mejores oportunidadesde vida. La gente se iba a la capital del pas, bus-cando trabajo delo que fuera, ante la promesa de modernidad, posterior a la SegundaGuerra Mundial, que trajo como conse-cuencia entre otras elabandono del campo por el Estado, por los empresarios. La migracingener un desequilibrio que todava puede contemplarse, aunque ahorala gente del interior

    Abraham Cruzvillegas, documentacin fotogrfica del Ajusco paraAutoconstruccin, 2008.

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    de la repblica ya no va al Distrito Federal, sino directamen-tea los Estados Unidos, donde se gana en dlares, a pesar del largo ypenoso viaje, de los maltratos de la polica fronterizanorteamericana y de las desventuras de ser indocumentado en un pascuya poltica migratoria es veleidosa e hipcrita.

    A partir de aquellos flujos a la Ciudad de Mxico, un mon-tn decolonias se fueron incrustando en el mapa oficial, inauguradas porlos que fueron llamados paracaidistas y que ms bien eran pioneros,en el mejor sentido de la palabra. En muchos casos, esos gambusinossiguen peregrinando: las familias que invadieron predios, y que sinpermiso han fun-dado la ciudad en parajes inhspitos, en lomas yllanuras, hon-donadas y terregales de la urbe, han reescrito demanera intuitiva casi podra decirse instintiva el diseo del paisajey el urbanismo. Rpidamente, la mancha urbana creci como una amibagigantesca que devoraba todos los espacios aledaos a la ciudad, enun proceso que an no ha terminado.

    Por otro lado, de la mano del caos urbano, de la falta deplaneacin, de la corrupcin, del desorden y del crecimientoacelerado de los asentamientos irregulares a mayor escala como lofue ejemplarmente Ciudad Nezahualcyotl, se des-prende un modoconstructivo que va ms all de la esttica, que se disuelve en lamirada como un todo orgnico y solidario en el que la gente aportacapital humano en la necesidad del otro, extendiendo los espaciosprivados a la calle, a la cascarita, a la talacha compartida. Sinaludir a taxonomas que refieren a la arquitectura popular, comoexpresin del as llamado pueblo, se sucede en distintos lugares delmundo como ma- nifestacin concreta de la urgencia, de la capacidadde impro-visar con los recursos que hay a la mano.

    Las que en Brasil fueron llamadas favelas, en Mxico se llamaronciudades perdidas, aunque en realidad la que es-taba perdida desdeentonces era la batalla contra la pobre-za. Las colonias a fuerzade ser irregulares determinaron para s mismas nuevos paradigmas ynuevas reglas de convivencia, de intercambio y de legalidad;afirmaron posibilidades es-

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    tticas, polticas y econmicas infinitas. Como un hecho, loanterior no es algo aislado ni casual en muchos entornos eco-nmicosy sociales del mundo: el barrio en que nac no fue la excepcin. Lacolonia Ajusco, enclavada en la zona de los pe-dregales de Coyoacna saber: Santa rsula, Santo Domingo, Ruiz Cortines, Pedregal deCarrasco, Huayamilpas, San Pablo Tepetlapa, Copilco y Daz Ordaz seconform en buena parte por invasores procedentes del interior de larepblica. Rogelio, mi padre, originario de la comunidad mestiza deNahuatzen, en el estado de Michoacn, al occidente del pas, lleg ala capital en los aos sesenta a algo parecido a un crter lunar,habitado por tlacuaches, ratas y vboras mazacuatas, casiab-solutamente infrtil, constituido bsicamente por piedravol-cnica, acaso coronada por magueyes, tepozanes, hierbamala,huizaches, colorines, suculentas espordicas y abundantescactceas.

    Antiguamente, esa zona haba sido habitada por un grupodenominado cuicuilca, devastado como Pompeya por el Vesubio por laerupcin volcnica del Xitle, hace aproxima- damente dos milcuatrocientos aos. De ese pueblo, uno de los ms antiguos delaltiplano mexicano, permanece la pirmide redonda de Cuicuilco,abrazada por el Perifrico, el hospital conocido como Imn (por susantiguas siglas: Instituto Mexi-cano de Atencin a la Niez), laEscuela de Antropologa, dos unidades habitacionales: Villa Olmpicay Villa Panamericana y dos malls: Perisur y Plaza Loreto.

    En el Imn me extrajeron el apndice cuando tena cinco aos,durante una operacin que dur horas; haba sufrido una peritonitisaguda debida a una infeccin en aqul vestigio del tracto digestivo,principalmente ocasionada segn mis pa-ps por comer tanto picante.Con algunos amigos organiz-bamos concursos de devorar chilesjalapeos directamente del pomo gigante que haba en la miscelnea dela cuadra: sac- bamos los chiles a puos y nos los comamosmasticando muy poco para enchilarnos menos. El premio del ganadorera no pagar por su propio consumo. Estuve internado en el Imncasi

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    un mes, en recuperacin, pensando que era alguien especial, casiun mrtir, cuando a mi habitacin trajeron para com-partirla a un nioque estaba completamente envuelto en vendas, como una momia. Supeentonces que ese nio que ni siquiera poda hablar, haba cado de unabarda de su casa como la ma: en permanente construccin al interiorde un gigantesco perol con manteca hirviente, en el que prepara-ban los deliciosos y crujientes chicharrones que vendan en elprecario mercado de la colonia; el nio literalmente estaba frito.Su pap, un mecapalero del antiguo mercado de La Merced, en elcentro de la ciudad, que estaba construyendo su morada l mismo, conmateriales que recuperaba de los vecinos, de lo que los otros nousaban, se transfigur en albail por necesidad, por fuerza, porquevalga la expresin, representaba para l y su familia, ciertamovilidad social y econmica.

    Una buena parte de los hombres que no encontraron opcioneshabitacionales ms que en aquel pedregal agreste, se dedicaron a laindustria de la construccin de la Ciudad de Mxico como albailes,peones, herreros, obreros, picapedre-ros o macuarros, en su calidadabrumadora de analfabetas funcionales. Se puede decir queconstruyeron sus casas con sus propias manos, como el mecapalero.Cuando una familia reuna los fondos indispensables para levantarmuros, echar losas, hacer castillos o simplemente para sacarescombro, los vecinos se organizaban para ayudarse unos a otros. Deeste espritu que pretende siempre la posibilidad por venir sedesprende que muchas casas conserven durante aos o para siemprevarillas como copetes enhiestos, que anuncian nuevas necesidades,nuevas generaciones, nuevas terrazas, pisos, balcones o anexos.

    Cada fin de semana, un nimo bullanguero permeaba las faenasempolvadas de cal, cemento y arena; las mujeres co- cinaban ytambin participaban acarreando agua, llevando y trayendo piedras,ladrillos, bultos de cemento, botes de arena o refrescos, bajo losrayos del sol, en medio de un escenario retador, animado por unespritu de colectividad eficiente y

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    afanoso. Sobre lo que aos despus pudo llamarse calle, losvecinos hombres y mujeres cuchareaban la gigantesca rueda demezcla, al ritmo de cumbias, canciones de Jos Jos y ran-cheras, sinescatimar cerveza, pulque o aguas frescas. De vier-nes a domingo seerigan fragmentos de vivienda, en dinmicas a las que seincorporaban unos ms que otros, mientras cre-camos. El agua se traaen botes, cubetas o en latas metlicas originalmente usadas paratransportar manteca vegetal, sus-pendidas con mecates de un paloresistente, pandeado en una curva que se montaba sobre la espalda,haciendo equilibro al caminar, para no derramar ni caer sobre elterreno irregular. Tambin se traa por pedido en tambos desde laPrimera Parada, llamada as por ser el nico acceso del transporteco-lectivo en aquella poca. Enfrente de esa esquina donde nosproveamos del vital lquido se ubicaba Casa Real, que era la nicatienda de material de construccin del rumbo; de algn modo, estemonopolio tuvo por default un papel importante en

    Abraham Cruzvillegas, documentacin fotogrfica del Ajusco paraAutoconstruccin, 2008.

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    el crecimiento de mi colonia. No se poda conseguir un clavo, unacimbra, unas tarimas, un alambre o unas varillas, si no era en esenegocio. Probablemente el nico material de construc-cin que se podaadquirir en otro lugar, eran las corcholatas que se usaban pararemachar las lminas de cartn enchapo-potado que cubran las magrasviviendas. Esas se conseguan al tiempo que se refrescaba lagarganta. A otra escala, a veces se generaban verdaderosconflictos, justamente por el mono-polio de cualquier servicio:circunstancialmente la toma de agua potable se ubicaba frente a lapuerta de la escasa vivienda de alguien, que absurdamente devenadueo del agua. As, tambin haba un dueo de la luz, un dueo delposte, un dueo de la calle y hasta un dueo de la basura, quesiempre ha sido fuente infinita de materias de primera calidad.

    Los primeros habitantes invasores llamaron a mi calle De losPavorreales, pero la administracin catastral le dio posteriormenteel nombre de Nahuatlecas, en el contexto de una nomenclatura quehace inferir tal vez paranoicamen-te que slo etnias primigeniaspodran poblar esos sitios espinosos y pelados, como haba sucedidosiglos atrs a unos aborgenes mticos que contemplaron una vez unpjaro en-dmico engullendo una vbora encima de una mata de nopa-les. Mis ancestros son purhpechas y hahus, pero mi pap prefiriapodarme con el santoral mexica: Huitzilopochtli o Cacama,llamndome as desde donde estuviera para pedirme que le preparara uncaf, para alguna ayuda, o simplemente por chingar. Tambin me decaAborigen. Mi hermano Chucho se llama adems de Jess Curicaveri,deidad solar suprema de los indgenas de Michoacn; mi hermana sellama Erndira, hija del monarca Tangaxoan II, cabeza de la dinastade los Hi-repan, en el extenso e irreductible imperio tarasco,hasta la llegada de los conquistadores. Tal vez slo mi hermanoRogelio careci de un nombre no occidental, pero ahora yo lo llamaraAtila o Atahualpa. Siguiendo este orden de cosas, en la coloniaAjusco, como en las aledaas Ajusco-Huayamilpas, Ruiz Cor-tines, SanPablo Tepetlapa y Pedregal de Montserrat, siguen

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    siendo coordenadas del mapa chichimecas, otomes, aztecas, coras,mayas, tarascos, toltecas, zapotecas, totonacas, nayaritas,huicholes, yaquis, o los nombres de algunos dioses y jerarcasindgenas, como Moctezuma, Meconetzin, Topiltzin, Hueman,Nezahualcyotl o Tochtli. Aunque en esos predios efecti- vamentehabitaron grupos autctonos antes de la llegada de los europeos,ninguno de sus nombres figur en las calles: los mencionadoscuicuilcas, los colhuaques o los coyohuaques. Es-tos ltimos clebrespor su virtuosismo como talladores de piedra: se dice que fueronellos quienes labraron la Coyol- xauhqui y el as llamado CalendarioAzteca.

    La flora del pedregal y su fauna poco a poco desaparecie-roncasi totalmente; sin embargo, la piedra volcnica, aprove-chada comomaterial de construccin, como estructura y como mobiliario,sobrevivi al asfalto, las banquetas y dems obra pblica, a vecescasi con un sentido ornamental en las fachadas y muros de lascasas. En los aos sesenta, el pintor Diego Rivera, en colaboracincon el arquitecto Juan OGorman, cre en San Pablo Tepetlapa (a cincominutos a pie de mi casa) un espacio construido exclusivamente conpiedra de lava, pensado como recipiente para su coleccin de arteprehispnico y como un centro multidisciplinario de creacin, querefiere for- malmente tanto a la arquitectura de los templosmexicas, como a la arquitectura moderna europea. La edificacin,llamada Museo Anahuacalli, inaugurada despus de la muerte delmu-ralista, se erige en un vasto terreno que conserva muchas de lasplantas originales de la zona. Aunque ahora la gente suele visitarel museo durante las celebraciones del Da de Muertos, porque ahinstalan una ofrenda monumental, realmente vale la pena visitar elsitio para reconocer adems del edificio y sus colecciones elterreno. En la que ahora es la Reserva Ecolgica de Huayamilpastambin se puede observar un buen nmero de ejemplares oriundos de lacuenca del Valle de M-xico, los vestigios de una charca natural yun centro cultural de carcter popular y comunitario. En Huayamilpasestuvo tam-bin el primer centro de educacin para adultos delrumbo

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    desde finales de los aos setenta y en sus lodazales seorgani-zaron los primeros torneos de ftbol llanero. En Huayamilpastambin se desarrolla cada ao, en la Semana Santa, la re-presentacin de la pasin de Cristo, en la que se puede ver caer tresveces a un voluntario e improvisado actor en el papel del nazareno,con la cruz a cuestas, sobre piedras filosas y ma-tas de zacatesendmicos. Probablemente este espectculo cruel devino favorito delos habitantes de mi colonia, y de la zona de los Pedregales,debido a que la gente disfrutaba ver cmo Nuestro Seor sudaba ysufra como cualquier vecino, lidiando con las rocas, con laadversidad, para luego irse a fes-tejar con parientes y amigos, encompaa de unas cervezas bien fras.

    Los servicios bsicos llegaron a cuentagotas a mi colonia, poreso siempre haba zanjas, obras y materiales en la calle, dejandover al mismo tiempo el material del que est hecho el

    Annimo, colonia Ajusco en construccin (1960), en Fernando DazEnciso, Las mil y una historias del Pedregal de Santo Domingo,Ciudad de Mxico,

    Delegacin Coyoacn/Direccin General de Culturas Populares eIndgenas/Habitat onu, 2002.

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    pedregal del Xitle, y cuando lleg el desage pblico ya todo mundohaba excavado para hacer fosas spticas. La piedra vol-cnica nuncase desech cuando se barrenaba para cimentar o aplanar; cuandodinamitaron La Esquina, que era uno de los gigantescos peascos quelimitaba el paso hacia la colonia Ruiz Cortines, fue tanto elvolumen que se desplaz, que despus se inundaba esa parte de lacalle. El gobierno del Distrito Federal excav un punto delpedregal, en la colindancia de Ajusco y Santo Domingo con elterreno de Ciudad Universitaria, para abrir una mina de roca y unaplanta de fabricacin de asfalto que abasteci a la ciudad en suurbanizacin acelerada, inclu-yendo a mi colonia, muchos aos despus.Transitamos du-rante sexenios en medio de hoyos y montaas depiedra, grava, arena, tezontle o ladrillos que, con el tiempo,criaban maleza silvestre, de esa que crece en forma de matorrales yeventuales rboles; mientras se sigui conservando aquella reserva deca-pital. Algunas de estas acumulaciones tienen decenas de aos ytodava pueden observarse afuera de las casas que siguen a medioconstruir; a veces se usan para recargarse a platicar con losvecinos y amigos, como enseres improvisados: como mesita de centro,como banca, como cama. Las calles se aplanaban con tierra que, entiempos de aguas, eran lodazales y en secas terregales; de algnmodo siempre se haca presente el agua como concepto, comonecesidad, como calamidad. Gigantescos charcos en Santo Domingo,Ajusco, Santa rsula y la Ruiz die-ron lugar a toponimias como LaLaguna, El Pozo, El Tanque o simplemente El Hoyo, como sitiosespecficos de la zona. Otras denominaciones fueron determinadas porconfiguraciones de distribucin social; por ejemplo: El Muro deBerln, en la fron-tera entre Santo Domingo y la colonia Romero deTerreros, era una barda erigida en esa colindancia, separandofsicamen- te una colonia de invasores y paracaidistas de otraplaneada y bien abastecida de servicios.

    Claro que no haba comparacin con la diferencia radical entre lascolonias de los pedregales de Coyoacn y El Pedregal de San ngel,contiguo a la Ciudad Universitaria, urbanizado,

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    planificado y publicitado como ambiente ideal para familiasprivilegiadas econmicamente. Ah el paisaje agreste convivi-ra conla arquitectura moderna, principalmente a partir de la iniciativade los arquitectos Luis Barragn y Max Cetto. En 1949, este ltimoconstruy all su propia casa tal vez la primera de todos lospedregales con pocos recursos y con plena conciencia del entornoecolgico, aprovechando la roca volcnica y valorando la apasionadadedicacin e imagina-cin creativa de los albailes mexicanos frente alas carencias tcnicas, en relacin, sobre todo, con los obrerosalemanes y nortemericanos con los que haba trabajado anteriormente.La casa de Cetto, ciertamente una autoconstruccin no tradicio-nal,prob que los materiales y el contexto podran permitir unaapropiacin, desde la arquitectura, de esos terrenos, in-cluyendo suvegetacin, en una proyeccin que devino intere-santsima en elambiente de progreso econmico que se perfil durante los aoscincuenta en Mxico. Cuando los barrios de las clases acomodadashaban sido Las Lomas de Chapultepec, Polanco, Anzures o San ngel,El Pedregal se convirti prin-

    Mathias Goeritz, Luis Barragn, y Jess Chucho Reyes, Torres deSatlite, 1957.

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    cipalmente en un vecindario de juniors, polticos, nuevos ricos ygente de la farndula. En algunas pelculas de la poca se puedenapreciar las diversas aproximaciones estilsticas de la poca en esascasas, desde el provenzal modernista, hasta el xochimilcan bauhaus,sin contar los innumerables ovnis, bnkeres, submarinos atmicos yprotozoarios galcticos que eclosionaron en El Pedregal. Un ejemplode otro tipo, ms o menos durante la misma era, al otro lado de laurbe, puede ser la Ciudad Satlite, emplazada en la colindancianortea de la Ciudad de Mxico con el Estado de Mxico, como un sitioideal para la entonces orgullosa clase media mexicana, urbanizado yconcebido casi como un apndice de los Estados Unidos, consupermercados, malls, y todos los servicios para instalarse en elamerican way of life. All, incluso antes de que se desa-rrollaraCiudad Satlite, Luis Barragn, erigi, en colaboracin con losexcntricos artistas Mathas Goeritz y Chucho Reyes, una obrapeculiar para el momento: un conjunto de columnas vaciadas enconcreto pintadas con colores slidos y atrayen- tes, como los queus en muchos de sus edificios emblemti-cos. Las llamadas Torres deSatlite, originalmente planeadas para cubrir una salida de vaporesdel drenaje profundo, sir-vieron como flico landmark de la zona,que a la postre seal el decaimiento econmico tanto de suspobladores, como de la clase media en su conjunto. Adems, elcrecimiento de la ciudad alcanz a su satlite, rodendola de zonasindustriales y de incontables unidades habitacionales quedevaluaron r-pidamente el valor de las propiedades. El eptetosateluco, tal vez usado anteriormente con jactancia como gentiliciode los habitantes de Ciudad Satlite, hoy no es ms que un eufemis-mode la triste pretensin de movilidad social de muchos du-ranteaqulla poca, all y en otros lugares del pas. En cambio El Pedregalde San ngel conserv su status de zona privile-giada. Trazado yurbanizado por gestin del mismo Barragn, con muchas construccionesdiseadas por l, por Cetto y por algunos otros importantesarquitectos, adems de los mencio-nados adefesios, El Pedregal tuvopor mucho tiempo como

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    nico vecino cercano a la Universidad Nacional, que funciona, dealgn modo, como frontera inviolable en el sentido del uso o de laconstruccin de industrias o unidades habitacionales con lospedregales de Coyoacn. En El Pedregal de San ngel no hay servicioscomo talleres mecnicos, abarroteras, tinto-reras, fondas omiscelneas; no hay gente caminando por las calles, exceptuando a laservidumbre, que espera al transporte colectivo los fines desemana, para ir a visitar a sus familias, generalmente en elinterior del pas. O en los pedregales de Coyoacn.

    En el contexto de un perodo de intensa actividad pan- dillera enla zona de los pedregales, como en otras zonas marginadas de laciudad y del pas, de grupos juveniles que se denominaron bandas,casi todas afiliadas a la subcultura punk inglesa y norteamericanay en una reaccin ante la falta de oportunidades, tanto de acceso ala educacin, al trabajo y a la vivienda, se afirm un esprituterritorial que aspiraba a reco-nocer como propio aquel terrenohirsuto, a travs de pintas que marcaban con aerosoles o brochasobre las paredes zo- nas limtrofes o registros personales deexperiencia, al estilo warriors, grab en la penca de un maguey tunombre o kilroy was here. Los Latosos y Los Ramones, entre muchasotras bandas, son todava recordados en el laberinto de SantoDomingo por su bravura irreductible. De toda la ciudad, los msclebres fueron Los Panchitos, que vivan al poniente del DF, desdeTacubaya y Escandn, San Pedro de los Pinos y San MiguelChapultepec, El Chorrito, Daniel Garza, Cartagena y Bellavista,hasta Santa Fe y Observatorio. Su forma de vestir, de bailar, decomunicarse y convivir, marcaron toda una poca. Ir a un toqun de ElTri (apcope del nombre del conjunto pio-nero Three Souls in MyMind), o de las numerosas bandas de rock punk de entonces: tnt,Sndrome dPunk, Masacre 68 o Atxxxico, podra representar tomarcerveza directamente de los envases tamao familiar tamao caguamafumar mota y bailar de brinquito. Una inmensa cantidad de jvenestambin inhalaba pegamento para zapatos en bolsas de plstico osol-

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    vente industrial thinner en muecas de estopa durante losconciertos, en los que ocasionalmente se desataba la vio-lencia porlos territorios, por los amores y porque s. La ima-gen delbaterista de El Tri, Charlie Hauptvogel, tomando a boca de jarro sulata de pulque Magueyn, mientras Alex Lora can-turreaba leperadasmisginas y su guitarrista, Sergio Mancera, ejecutaba un requintorocanrolero, slo podra empaarse por los cadenazos y corretizasentre bandas. Con los aos vino un armisticio firmado, entre otros,por las Bandas Unidas Kiss (en sus pintas, la caligrafa permitareconocer la siguiente con- figuracin visual de sus siglas: B:U=K),que aglutinaba a un montn de pandillas de la ciudad, en lo queinstitucionalmente se denomin el Consejo Popular Juvenil, de escasavida, pues era simplemente una coyuntura poltica con nimospartidis-tas. En ese entonces, casi todas las paredes de la ciudady de mi colonia incluyendo al Muro de Berln, en Santo Domingofueron soporte pictrico de numerosos grafittis y manifiestos que sefueron confundiendo y empalmando en el tiempo con vrgenes deGuadalupe, que servan como defensa para que la gente no tirarabasura u orinara all. Se deca que cuando el gobierno de la ciudadempez a abrir brechas para acceder a los pedregales, era para quepudiera entrar la polica montada, y luego las patrullas y lasjulias, en razzias que tambin sirvie-ron para aprehender a losenemigos polticos, a los opositores y a los lderes de lasorganizaciones vecinales. Se lleg a escu-char el rumor de que unavez una patrulla fue incendiada, con todo y gendarmes, por losmuchachos de una banda ante aque-llas acciones.

    En los pedregales de Coyoacn como en casi todo el pas se gestpoco a poco un movimiento que reclamaba la tenencia de la tierra,bajo la consigna agrarista de Emiliano Zapata, trada al espaciourbano: la tierra es de quien la habita. Ante los desalojos porfalta de documentos de pro-piedad, se hacan plantones alrededor yal interior de los terrenos, donde la gente se organizaba porturnos durante el da y la noche, al regresar del trabajo y de laescuela, o inte-

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    rrumpiendo la labor domstica, en veladas que ocasionalmente sellenaban de msica, bromas y discusiones acaloradas. Una figuramemorable en esas ocasiones fue doa Jovita Figueroa, quien cocinabanopales con huevo estilo zacatecano para to-dos. En su casa vimosel documental El Grito, de Leobardo L-pez Aretche, entoncescensurado, sobre el movimiento estudiantil de 1968 y su violentarepresin por el gobierno del presidente Gustavo Daz Ordaz. Juntocon doa Jovita, muchos jvenes venidos de otros contextos,participaron de distintas maneras en la lucha urbana desde elAjusco, entre otros: Gloria Tello, Martn Longoria, Leopoldo yGilberto Ensstiga; por otro lado, Ignacio Medina, y Jorge Alonsohicieron una investiga-cin en la colonia, que fragu en un ensayoque llamaron Lucha urbana y acumulacin de Capital; tambin lacineasta Mara Novaro desarroll su tesis universitaria con unproyecto acerca

    Annimo, Marcha, en Fernando Daz Enciso, Las mil y una historiasdel Pedregal de Santo Domingo, Ciudad de Mxico, DelegacinCoyoacn/

    Direccin General de Culturas Populares e Indgenas/Habitat onu,2002.

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    de la participacin de las mujeres en esos procesos de lospedregales de Coyoacn. Fueron muy diversos los grupos ve-cinalesque devinieron organizaciones sociales, con vnculos religiosos comolas Comunidades Eclesiales de Base, permeadas por la Teologa de laLiberacin, y otras con perfiles polti- cos explcitos, como la Uninde Colonias Populares (ucp), nutrida de los idearios de GenaroVzquez, del Che Guevara, Mao Tse Tung y Len Trotsky, en una mixturaa veces contradictoria, surgida del dilogo entre colonos yuniversitarios de izquierda, pero con fines especficos derivados denecesidades apremian-tes. Mientras los hombres eran fuerza detrabajo durante el da, mujeres, jvenes y nios marchaban hacia lasoficinas del Departamento del Distrito Federal, en el Zcalo. Huboun sinfn de marchas, manifestaciones y mtines donde seoras condelantal y bolsa del mandado en mano, arengaban a la co-munidad; ahcorebamos: El pueblo unido jams ser vencido, Zapata vive: la luchasigue, El pueblo unifor-mado, tambin es explotado, No somos machospero somos muchos, Pueblo: nete, Salario mnimo al pre-sidente, paque vea lo que se siente, Sacaremos a ese buey de la barranca,Protestar es un derecho, reprimir es un de-lito, Se ve, se siente,Ajusco est presente, entre otras consignas que se importaban de lospartidos polticos de opo-sicin, de grupos organizados dehom*osexuales, de sindicatos, de otras causas y luchas tambinreprimidas. En la Ciudad de Mxico la ucp aglutin numerosos gruposde vecinos con ne-cesidades similares; a mayor escala, en medio deun clima de franca represin y desconocimiento de la administracinpblica, la Coordinadora Nacional del Movimiento Urbano Popular(conamup) fue radical en sus exigencias y en sus alcances. Para m,uno de los momentos ms impactantes y conmovedores de aquellostiempos fue la gigantesca marcha de la conamup hacia el df, aprincipios de los aos ochenta: era una interminable columna defamilias campesinas y urbanas, exigiendo el reconocimiento de underecho del que ya se haba tomado posesin.

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    Muchos fueron los intentos de los partidos polticos poragenciarse los movimientos por la tenencia de la tierra en trminosdel padrn electoral, en medio de lo que apenas se vislumbraba comouna protodemocracia configurada por instancias ideolgicas diversaso antagnicas al Partido Revo- lucionario Institucional (pri). Engeneral, las organizaciones populares mantuvieron casi ntegramentesu autonoma y sus actividades sin registro en partido alguno,aunque hubo cer-cana y apoyo de casi toda la planilla partidista,con actitudes asistencialistas y demaggicas, como la del pri, y demanera sincera y coherente, como en casos muy especficos hicieronel Partido Comunista Mexicano (pcm), el Partido Mexicano de losTrabajadores (pmt) o el Partido Revolucionario de los Trabajadores(prt). En 1976, este ltimo partido postul como candidata a lapresidencia de la repblica a una mujer: Rosario Ibarra de Piedra,quien desde aquellos turbulentos aos ha en-cabezado el ComitEureka, una organizacin que procura la presentacin de losdesaparecidos polticos, nunca recono- cidos por la fuerza pblica opor el Estado, entre los que se cuenta su hijo Jess Piedra Ibarra,quien fue secuestrado en Monterrey por pertenecer a la LigaComunista 23 de Septiembre. Desde 1968, a partir del movimientouniversitario, militantes y activistas de organismos consideradosopositores del sistema poltico fueron detenidos ilegalmente,recluidos y torturados, a veces hasta la muerte, en el campomilitar nme-ro uno de la Ciudad de Mxico y en otros penales y casasde seguridad de los cuerpos represivos oficiales y otros recintossecretos. A ese perodo probablemente inconcluso, ahora se le llamala Guerra Sucia. Mucha gente en los pedregales simpatizaba con doaRosario, tal vez porque los principa- les grupos y organizacionesvecinales estaban compuestos mayoritariamente por mujeres. En esapoca haba mucho miedo de participar, de decir, de salir a la calley exigir los derechos bsicos, por eso el apoyo que pudiera tenerentonces la candidata Ibarra de Piedra era percibido como un actode valenta, cuando no era ms que una sincera identificacin con

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    la conciencia de la precariedad, de la crisis y de laposibilidad de salir adelante.

    Fue principalmente a mediados de los aos setenta que se pudieronreunir las distintas fuerzas polticas, incluyendo a algunas queoperaban desde la clandestinidad, para dialogar sobre latransformacin de la sociedad y la urgencia del acceso a lademocracia, especialmente a partir de la reforma poltica promovidapor Jess Reyes Heroles desde la Secretara de Go-bernacin comorespuesta inevitable a la exigencia ciudadana de muchos aos y desdediversos flancos partidistas, sindi- cales, universitarios yciudadanos. En aquella poca algunos vecinos de mi coloniaaccedieron, en mayor o menor medida, a la arena poltica, conperfiles y fines tan diversos como contradictorios. GilbertoHernndez, un empleado del Depar-tamento del Distrito Federalconocido como el Tejas y mi-litante del pri, fue uno de losprimeros gestores entre la gente de la colonia. El Tejas, quesiempre traa un casco de obrero en la cabeza, haba comprado unaparato de sonido que utilizaba para ayudar a la gente que tenaalgn problema, anunciando a un nio extraviado o una reunin decolonos; tambin par-chaba los baches y zanjas que encontraba sinremuneracin alguna, haca escritos para el gobierno central,demandando mejoras en las calles, la instalacin de la luz delalumbra- do pblico, el drenaje y lo que fuera urgente. El Tejas erami-litante de hueso colorado del pri y tampoco ese partido loreivindic o premi, como se acostumbraba en esa poca, con algnpuesto poltico o administrativo. En la campaa del 76, AdelaidoRamos, un pepenador analfabeta de mi colonia, fue postulado comocandidato del prt a la Cmara de Diputados sin xito, pero marc unhito histrico, pues fue un candidato autnticamente ciudadano. Luegosu hijo Bernardino logr ser diputado por el Partido de la RevolucinDemocrtica resul-tante de la fusin de mltiples grupos polticosdenominada originalmente Frente Democrtico Nacional, que lanz lacandidatura a de Cuauhtmoc Crdenas a la presidencia en 1988, aunquelos tiempos ya eran definitivamente otros.

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    Rubn Morales, hijo de un picapiedra originario de Nahuatzen (elpueblo de mi padre), quien haba estudiado Pedagoga en la Facultadde Filosofa y Letras de la unam, fue uno de los carismticos lderesjvenes de la colonia. Sin protagonismos, sin filiacin polticaexplcita, sin dinero, sin discursos gran-dilocuentes, sin herosmoshistrinicos y sin ms respaldo que el de los vecinos, en cortoorganiz, gestion y cohesion a una buena parte de la comunidad en elempleo justo de la palabra para la demanda y solucin de asuntos dela vida cotidiana de nuestra colonia. El Maestro Rubn, como eraconocido, desa-pareci prematuramente, vctima de las consecuenciasde una golpiza por parte de la polica, en el ao 1985. Del mismomodo prematuramente las organizaciones polticas llamadas deizquierda fueron desapareciendo, para hacer coaliciones que,hipotticamente, cobraran mayor fuerza en la rudimentariaposibilidad de una alternancia democrtica. As, con latrans-formacin del mundo y de sus nomenclaturas, en Mxico tambin laizquierda se atomiz en hbridos confusos y contradictorios conideologas intercambiables o negociables, en funcin de losbeneficios que pudiera representar la par- ticipacin directa de losfondos pblicos, incluso a costa de dejar de ser oposicin, como algoque hay que aprovechar.

    En medio de procesos sociales a veces acelerados, la coloniaAjusco fue fraguando y tomando forma: al tiempo que se eriganconstrucciones precarias, su uso las iba desgastando, evidenciandouna simultaneidad de configuraciones en las que los gustos, loshbitos y las necesidades determinaban nuevos modos, materiales,tcnicas y finalmente criterios estticos en las casas y en losespacios que se comparten, como banque- tas, fachadas y accesorias.La parte ornamental, los colores, las plantas y espacios paraanimales domsticos no estn exentos de precariedad e improvisacin.La intencin esttica gene-ralmente obedece a necesidades nomateriales, pero que se traducen en combinaciones de formas ymateriales ocasio- nalmente impredecibles; mi colonia es una pruebairrebatible de ello. Una perla de los pedregales: entre las piedrasoriginales

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    del terreno se erigen columnas de cemento sin pintar, bar- dasde ladrillos sin recubrimiento, a veces slo encaladas, en las quese incrustan adems de las enredaderas y matas silvestres de la zonapuertas y ventanas de herrera con flori-turas cercanas al rococ, sino es que decididamente piratean la exhuberancia delchurrigueresco, con remates de latn pintado a mano, enrepresentaciones de racimos de uvas y vides, soles y medias lunasde cermica de Toluca con rostro humano y que rematan en perros deyeso que vigilan atentos la propiedad. La descripcin no pretendehacer ironas sobre las decisiones es-pecficas de las fachadas o delas casas, sino sobre la manera de traducir en insisto formas ymateriales que son, en sus combinaciones, retratos fieles de susmoradores. Construc-ciones sin ventanas, bastidores de madera,pisos de loseta y linleo, paredes con acabados de tirol planchado,molduras de plstico y ventanales de aluminio pueden ser escogidosso-bre la marcha, en un momento en que se cruzan la voluntadvisual, la urgencia del confort, el ingenio funcional y la escasezmonetaria. Por eso la ausencia de planificacin o la aparenteincongruencia estilstica de muchas autoconstrucciones tam-bin esideolgica, tiene un sustento econmico y poltico, incluso en la msplena frivolidad. La configuracin formal de las casas est arraigadaen la intuicin primera, en el instinto de supervivencia y en elreferente lejano de lo que representa vivir la vida dignamente, esdecir satisfaciendo todas las necesi- dades vitales, incluyendo elregistro visual del entorno cotidia-no, de sus objetos, de susornamentos, de la relacin fsica rutinaria con las cosas: ergonoma yproxemia salidas del alma.

    En mi colonia los modos de convivencia fueron transfor-mndose enfuncin de haber cubierto algunas necesidades o de sustituirlas porotras. As se diluy o se complement casi imperceptiblemente elvnculo entre los pobladores origina-les que permanecieron y los quehan ido llegando. A travs de un flujo incesante de bienes yactitudes entre los pobladores y la poblacin flotante, la oferta deservicios y productos se increment cada vez ms, sobre todo en lamedida en que

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    se fueron abriendo los accesos principales, como el eje vialAztecas, que desahoga el trnsito hacia las avenidas Pacfico,Divisin del Norte e Insurgentes. El comercio informal invadi casitodos los rincones de la colonia (aunque podra decirse que seapropi del mundo contemp*rneo), principalmente en un abigarrado ygigantesco tianguis, en donde puede con- seguirse prcticamentecualquier cosa, y que circunda al Mercado de la Bola. Este ltimo esuna referencia obligada y epicentro de la zona, no solamente porser el primer centro comercial de la colonia, sino tambin por seremplazamiento de manifestaciones polticas y eventos populares, yporque si-gue siendo sitio de discusin e intercambio de energaalrede-dor de problemticas comunes. Sigue siendo justamente unaplaza pblica. Aunque originalmente el mercado tambin fue unasentamiento irregular, su edificacin formal, financiada por elgobierno de la capital, fue catalizada por la magnitud de lasnecesidades que lo determinaron: la poblacin se incre-mentaba dacon da y en los alrededores no haba otra fuente que abasteciera dealimentos, ropa y dems artculos de primera necesidad; el mercado seconvirti en otra demanda urgente de la comunidad.

    Adems de participar activamente en los movimientos populares dela colonia, Mara de los ngeles Fuentes, mi mam, colabor en lafundacin del mercado junto con una temprana organizacin decomerciantes desde que estaba construido con lminas de cartn ychapopote, hasta que se erigi la estructura geodsica que le dionombre. Dos mer- cados idnticos al de la Bola se construyeron en elDistrito Federal en esa poca, uno en Iztacalco y otro en elCircuito In-terior, cerca de la Calzada de Los Misterios, marcandoen cierta forma, con estos mojones, el crecimiento de la ciudad atravs del establecimiento de fuentes de abasto en colonias popu-lares. De manera paralela al establecimiento del mercado, y aunqueya antes haba dado y organizado clases de alfabeti- zacin paraadultos, como muchas otras personas, mi mam tambin se convirti engestora entre la comunidad y la

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    institucin: ante la veleidosa demagogia de los polticos y laevasiva conchudez de los burcratas, redactaba escritos, cartas ymanifiestos, confrontaba a candidatos y lderes de comer-ciantesambulantes, recibiendo a veces amenazas y corruptelas de todo tipo.Don ngel Arteaga, secretario de la Unin de Comerciantes del mercadoen los aos ochenta, fue balaceado por la espalda en el interior desu puesto de abarrotes hoy atendido por el Taba, uno de sus hijos,quien tambin tocaba en una banda fonqui. Mi mam venda uniformesescolares y ropa interior, y en alguna poca tambin fue secre-tariageneral de la Unin de Comerciantes; luego, cuando se ins-talarondos supermercados a menos de dos kilmetros de La Bola, traspas sunegocio ante la inminente quiebra del mercado popular, paraemplearse en una organizacin no gubernamen-tal, que promueve ladefensa de los derechos humanos.

    Mi casa se ubica entre Nezahualcyotl e Ixtlixchitl, a doscua-dras del Mercado de la Bola, en la punta de una loma desdedonde se ve el cerro que le da nombre al vecindario. Una bue-naparte de los habitantes actuales siguen siendo los originales o sudescendencia, y aunque muchos hemos tomado caminos divergentes,conservamos cierto orgullo de ese origen tal vez atribuible alesfuerzo compartido en un principio. De todas maneras, una especiede endogamia a veces ms simblica que real, ha permitido que seestablezcan nexos afectivos y lazos familiares que eventualmentedan sentido a las ideas de comunidad y pertenencia. Durante los aosque viv en la colonia Ajusco, pero especialmente durante laadolescencia, mi actividad favorita era ir a comprar las tortillas,no con ta Tachi, sino en la otra tortillera, donde est el molino denix-tamal Yum-Kax al pie de la loma donde est mi casa. Durante esosaos, coleccion los papeles con los que envolva las tor-tillas unajoven y esquiva encargada, quien usaba siempre blu-sas y ropainterior a travs de los cuales se transparentaban sus oscuros,enormes, pezones. La primera vez, desempacando el

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    envoltorio, encontr un texto en columna dibujado con bol-grafo,en el que ensayaba con caligrafas peludas la nomencla-tura de lassalsas que expenda en recipientes de unicel junto al salero y a labscula: picodegallo, borracha, escabeche, mexica-na, chipotle,ranchera, verde, roja, piqun y otras suculencias estimulantes.Luego encontr bocetos del natural del salero junto a la bscula, delos bodoques de masa, de la mquina tortilladora, de algn clientevespertino, de un montoncito de monedas, de un chile. Luego encontrtextos que crecan alargando y encogiendo sus letras a todo lo quedaba el papel estraza, haciendo narraciones elpticas que sedescomponan en pura forma sin sentido. Luego eran combinaciones defra-ses cortadas y figuritas que componan paisajes como los quehacen los indgenas de Guerrero y Oaxaca sobre papel amate, conprofundidades arbitrarias y relatos en los que los tiempos seempalmaban, como haca Piero Della Francesca. As, cada da eradistinto, yo, fortuitamente pens que eran mensajes cifrados y empeca fantasear con la mujer de la tortillera. Un da noms desapareci,yo dej de ir a comprar las tortillas y luego me fui de la colonia,pero esa mujer, cuyo nombre ja-

    Gildardo Prado y familia, Ajusco.

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    ms averig, podra haber sido la madre de mis hijos, como lesucedi a muchos de mis vecinos con la hija del tendero, el muchachoque traa la leche del establo, el abonero sudado de cada semana, elchofer del microbs, la dependiente de la far-macia o noms laseorita de al lado.

    Yo nac en la calle de Mixtecas, a media cuadra del Mer-cado dela Bola, en casa de doa Chelito Gonzlez, una partera que tambinayud a mi mam cuando naci mi hermana Ern-dira. Doa Chelito estabacasada con Luis Gonzlez, quien tena el primer taxi que hubo en lacolonia. Crec con Erndira y Rogelio, mi hermano mayor, jugando ydescalabrndonos entre las piedras, yendo y viniendo a pie alkinder, a la primaria y a la secundaria en Ciudad Jardn y en lacolonia Atlntida, en Coyoacn. Rogelio y yo hicimos el bachilleratoen Coapa, en la prepa 5 y Erndira en Coyoacn, en la prepa 6. Luegofuimos a la unam, muchas veces, tambin a pie. Chucho, mi hermanomenor, naci en 1977 y estudi en las escuelas que ya haba en lacolonia, comenzando en la guardera del mercado, cre-ciendo con loshijos de los comerciantes del mercado y tam-bin descalabrndose. Micasa fue construida principalmente con la ayuda de don LoretoMartnez y Pedro Lpez, albailes que siempre vestan overol ytranspiraban curados de apio, pin o nescaf. Tambin por Luis Pineda,oriundo de Na-huatzen, como mi pap. El seor Pineda, quien habaestudia-do la primaria con mi pap, coordin junto con muchos otrospaisanos de Nahuatzen, La Palma y La Mojonera, como Ampa-ritoHuerta, Priscila Ziga, Crucita y Pedro Huerta, Javier y ChabelaAmezcua, Anastasia Paleo y Vicente Prado, la construccin de unacapilla que se llama La Anunciacin dedicada a la imagen de San LuisRey de Francia, recolectando fondos y aportando materiales y manode obra. Cada ao, la primera semana de agosto, la gente deNahuatzen que vive en mi colonia se organiza para realizarexcursiones a su tierra, durante las celebraciones del santo delpueblo. Para La Anun-ciacin, mi pap tall a mano, en madera deaguacate, una efi-gie de San Luis, a la que cada ao le cambian laropa y, sobre

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    todo, el calzado, porque dicen que se le gasta la suela, cadavez que quiere regresarse a Nahuatzen a pie. La iglesia principalde la colonia, es sin duda, la de La Resurreccin, ubicada enavenida Aztecas, a dos cuadras de La Bola. Ah, los sacerdotesjesuitas jugaron un papel muy importante durante la configu-racinideolgica de las coaliciones vecinales por la tenencia de latierra, durante los aos setenta, pues muchos de ellos,simpatizantes de la Teologa de la Liberacin, propiciaron yparticiparon abiertamente en muchas de las actividades y eventos dela comunidad organizada; algunos de los primeros sacerdotes quetrabajaron en la colonia fueron Luis Gonzlez de Cosso, Ciro Njera,Jess Maldonado, lvaro Quiroz y Ro-berto Guevara. A media cuadra demi casa, en la esquina de mi calle con Nezahualcyotl, haba undispensario de monjas, en el que se enseaba el catecismo, pero uncatecismo que se lla-maba Latinoamericano. Tambin hay un templocristiano cerca del mercado, junto a la casa de don Eleazar, cuyafamilia vende sopes en la puerta de su hogar. Esos eran los sopesfavoritos de don Loreto y Perico, su media cuchara.

    Como una escultura lenta, mi casa se fue rehaciendo entre lasmanos de esos hombres y las de toda mi familia, quitando yponiendo, agregando y demoliendo, ensamblando y pegando, amarrandoy desbaratando. Como en todas las casas, en plazas y avenidas, eldesgaste resultado del uso y el trajn cotidiano transforma losmateriales, en forma de atajos, huecos, man-chas, desplazamientos yquiebres que toman forma en el espacio tambin lentamente. Claro quelas relaciones entre personas dentro y fuera de las casas tambintransforman los espacios. Al lado izquierdo de la casa vive donJuan lvarez, casado con una prima de mi pap Carmela Prado, ambos deNahuatzen, ebanista y comerciante, padre de al menos nueve hijos ehijas: Lupana, Vita, Chucho, Reyna, Sarita, Beto, Nan-do, la Nena yel Gordo o el Latoso. A mi pap le ven-di el terreno Gildardo, elGero, Prado, un paracaidista pionero en Ajusco, hijo de AnastasiaPaleo y Vicente Prado dueos de la tortillera y hermano de Carmela,esposa de

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    don Juan lvarez. Alguna vez cay desde la casa de don Juan una delas patas para mesa que elaboraba en su taller, tal vez arrojadacomo una travesura por alguno de sus numerosos vs-tagos; por ladiferencia de alturas y desniveles de los terrenos de las casas, lapata de madera cay sobre mi cabeza como un proyectil puntual,abrindome una herida en la zona conocida como la mollera. Dasdespus mi pap nos compr a todos los hermanos unos cascos naranjasque, segn yo, nos haran blancos an ms fciles para ulteriorespatas-bomba y que dejamos de usar cuando nos dimos cuenta de lo malque nos veamos. A la derecha de mi casa vive don Zenn Moreno,bu-rcrata retirado y pintor aficionado. Enfrente vive doa Mi-caelaRetiz, quien criaba puercos y nos inyectaba cuando nos enfermbamosy de quien se rumora que era espantacigeas; junto a ella vive doaMim Madrigal, de quien se dice que es cartomanciana. Al lado deJuan lvarez vive doa Lalita vila, quien supuestamente conoce demedicina tradicional y hace limpias herbolarias. Pero con quien msse ha identificado mi

    Abraham Cruzvillegas, documentacin fotogrfica del Ajusco paraAutoconstruccin, 2008.

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    familia es con doa Martita Martnez, don Chon Muoz y sus hijosGera, Aurora, Ale, Martina, Juan Carlos y Paco, pues siemprecombinaron una actitud abiertamente politizada (co-mo partcipesincansables en la lucha por la regularizacin predial) con elespritu pachanguero que se apropia de la calle para festejar ycompartir; con ellos me sum a una brigada de rescate despus delterremoto implacable que devast buena parte de la Ciudad de Mxicoen 1985. Las posadas, pastorelas y dems ocasiones conmemorativastenan mdula en la fami-lia Muoz y en la de Manuel Alcntar, quienera panadero. La familia de Juan Ziga, apodado en lengua purhpechaChen-guas (capulines), otro vecino originario de Nahuatzen, cuyanumerosa prole vive a la vuelta de la esquina, tambin peg ladrillosen proporcin similar a la cantidad de festejos com-partidos. Uno desus hijos, Antonio, apodado Toazo o el Barritas, un muchachograndote para los estndares del mexicano promedio, siempre rompalas piatas al primer gol-pe y, alguna vez, despus de un festejointerminable, literal-mente me arrastr hasta la puerta de mi casa,cosa que todava le agradezco, pues puedo decir que, hasta la fecha,nunca me he quedado dormido en la esquina. No al menos en esaesquina donde se juntan las calles de Nahuatlecas e Ixtlixchitl, ydonde estaba la primera mueblera de la colonia, cuyo dueo, eles-paol Manolo Taboada, se cas con Irma Oceguera, hija de suscaseros, Conchita Green y Manuel Oceguera, recreando as elcriollismo del que tanto se habla en la gnesis de la identidadnacional.

    Inicialmente mi casa estaba compuesta por un gran cuarto detabicn gris y piedra aparentes pintado de blanco, con techo delmina galvanizada, un bao exterior que todava se conserva, un patiode cemento y un pequeo cuarto con la-vadero y pileta tambin decemento. La fachada fue desde el principio, y sigue siendo, comocasi todo en la casa, un capri-cho formal de mi pap: un portnmetlico negro abrazado por un arco de ladrillos colorados, sobre unmuro rectangular blanco, al que le atribua ser Estilo Colonial.Antes de que hu-

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    biera agua corriente solamos baarnos de jicarazo a medio patio,metidos juntos los dos hermanos mayores en una tina de lminagalvanizada para economizar. Baarse en rega-dera vino aos despus,junto con el agua entubada. Antes ha-ba que ir con el dueo delagua, llenar las cubetas y calentarla sobre la estufa de la cocina.El gas se obtena del camin re-partidor, que pasaba cuando se ledaba la gana y muchas veces tenamos que rodar o cargar el cilindrohasta encontrar un ca-min repartidor de gas. La casa se construysobre la hondo-nada de una grieta y fue construida en desnivelesque van de lo alto en la fachada, al nivel de la calle, hasta laprofundidad del nivel de la fosa sptica. Por su naturalezacavernosa, de la grieta emanaban de repente ratas, culebras ytarntulas que eran una atraccin para chicos y grandes. Dice mi papque al- guna vez se perdi un puerco entre las rocas y que emergidesde las oscuridades de la grieta, al aparecer das despus,tragando en el muladar del incipiente mercado. La gente tiraba labasura en el basurero de La Bola, principalmente porque tambin elcamin recogedor de basura careca de calendario y horario fijos. Elsonido de la campana que anunciaba su paso era msica para los odos,an cuando siempre los hom- bres que lo tripulaban indefectiblementeexigan propina, que haba que depositar ruidosamente en un botemetlico suspendido con alambres de algn apndice del camin. Mu-chaspersonas simplemente abandonaban los bultos de basura en algunaesquina en la calle, donde podan acumularse por semanas. Otrasquemaban pilas de basura en sus patios o a media calleacostumbradas a hacer as antes, cuando vivan en el campo,levantando enormes llamaradas y columnas de humo negrsimo.

    En aquella primera terraza de mi casa, al nivel de la calle, seubicaba el principal cuerpo de la casa, que dur aos sinmodificaciones, en el que se utilizaron maderas en abundan-cia, yque de un modo muy arbitrario recordaba las construc-cionesindgenas michoacanas llamadas troje. Haba muros y techos aparentesde tejamanil, celosas de tabicn y ladrillo,

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    muros de vidrios de colores; los pisos estaban pintados conesmalte acrlico rojo. La parte posterior de este primer nivel laocupaba una cocina austera con mucha luz y espacio; era dondehacamos la tarea y comamos, tambin ah rean mi abuela HelenitaVillegas y mi ta Amalia Vera, disputando afec-tivamente elterritorio estomacal de la casa; luego, cuando todo cambi, eselugar se convirti en mi taller, all dibujaba y re-ciba a mis amigosaos despus. Debido a que mi pap era artesano y pintor de gnero, lamayor parte de la casa se habi-lit desde el principio como taller,aunque haba un lugar es-pecfico donde estaba una sierra circularmontada en un banco de madera, una mesa grande y alta para aplicarel blanco de Espaa sobre los retablos que finalmente serancubiertos con oro de hoja y pintados con flores, pajarillos y otrosmoti- vos ornamentales. En otro lugar, hacia el centro del terreno,en una habitacin luminosa y espaciosa, haba un caballete habilitadocomo restirador, donde mi pap pintaba junto a una pequea habitacinque estaba destinada a dorar y bruir los retablos. Ambos espaciosse conservaron respectivamente, co-mo biblioteca con estudio y comococina, de proporciones ab-surdamente minsculas en relacin al tamaodel terreno. Afuera de estas dos salas contiguas entre s, haba unestanque alrededor del cual convivan patos, pichones, conejos,gansos y gallinas, que, con un nimo autosuficiente ciertamentefalli-do, mis paps criaron espordicamente. Despus de una plagaimplacable de chinches procedentes del palomar hechizo que colgamosdel muro que colinda con el vecino, decidimos des-truirlo yquemarlo, para nunca volver a tener animales, ms que los habitualesperros y gatos que, por cierto, tambin aca-rrean bichos. Un perroque llambamos Pincel fue el ms familiar, luego hubieron perros conmenor fortuna, como Ga-lactus, que sobrevivi en la azotea de lacasa durante aos y nunca dej de ladrar; era una pesadilla, hastaque un da salt desde la azotea, corri a la calle y nunca lovolvimos a ver; tal vez fue convertido en tacos. Tuvimos muchosgatos, entre otros, la Catrina, el Chamn, Tom y otro que nisiquiera alcan-

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    z a tener nombre, porque muri siendo todava un cachorro, despusde que mi pap lo ba en petrleo como remedio antipulgas. En untiempo haba dentro del terreno, frente a la pileta y el lavadero,varios rboles frutales: un capuln, un pe-ral, dos higueras, unchile y un aguacate uruapano, as como vestigios de las temporalesmatas rastreras de chayotes, cala-bazas y chilacayotes; hoy todavahay un limonero frondoso, una nopalera, un chabacano, un ciruelo yun arbusto que da granadas, coloradas, no de moco.

    En el ao 1979 mi pap empez a dar clases en la unidadAzcapotzalco de la Universidad Autnoma Metropolitana, por lo quedej de hacer artesanas y se dedic de lleno a la docen-cia,naturalmente provocando un cambio en los usos del es- paciodomstico, sobre todo en la cancelacin de los espacios destinados altrabajo manual. As que mientras cambiaba la configuracin de lacasa, regresbamos de la escuela y llev- bamos la comida a mi mam enun portaviandas al mercado, llevbamos a Chucho a la guardera, bamosy venamos franqueando la maquinaria que pareca eternizarse sobre unpaisaje que de repente recordaba un bombardeo. Durante aos elaspecto de la casa no distaba mucho del desorden exterior, sobretodo cuando mi pap decidi modernizar la casa, gra-cias a un prstamodel Fovissste, la institucin crediticia para los trabajadores delEstado. Durante ese perodo, muchos de-talles de la casa que habansido hechos espontneamente se perdieron con la remodelacinplanificada, o se hibridaron con las adaptaciones. En ese espaciointermedio, en el que el presupuesto del prstamo no dio para tantoy que no todo se poda transformar o desechar, ya fuera por razonesprcticas o afectivas, la casa devino perfectamente catica:desmesurada, inservible, hueca y, sobre todo, muy fea. A partir deun acci-dente automovilstico, mi pap tuvo que desplazarse en unasilla de ruedas, que al principio rentaba, pero que luego seconvirti en parte del mobiliario de la casa; de hecho ya antes,debido a una enfermedad muscular congnita, a lo largo de surecorrido, coloc pasamanos que mand hacer su amigo el

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    arquitecto Gabriel Jimnez, as que se apoyaba en ellos, ade-msdel bastn con el que lo conocimos desde la infancia. Para eltrnsito de la silla de ruedas fue necesario convertir pasillos ycorredores en rampas, adaptar todo en funcin de su limi- tacinfsica, cosa que ocasion frecuentes accidentes en los demshabitantes, resbalando y azotando, tiro por viaje, sobre laspendientes que dieron nueva cara a la noble construccin, sobre todoen tiempo de lluvias, o sea en el verano. Una vez mi mam se deshizotodos los huesitos del tobillo al atorarse en los bordes de una deesas rampas, quedando totalmente des-valida, pues si alguien nopoda auxiliarla era mi pap, quien de cualquier modo, llam portelfono a Luisito Pulido, un robusto paramdico que era hijo de donLuis Pulido, querido compadre de mis paps, tal vez el primer tcnicoen elec- trnica del rumbo, quien resolvi el problema de maneraexpedita, transportando a mi mam al hospital. El compadre Luismascaba la corteza de un rbol misterioso pienso que eracuachalalate y callaba durante das, para conservar la potente vozcon la que cantaba Las Maanitas y otras melo-das tradicionales, ensu trabajo alternativo con el mariachi Zapoquilense.

    En los aos ochenta, cuando se interrumpi indefini- damente laremodelacin de la casa, las recmaras se convir-tieron enestacionamiento y el segundo nivel se conserv casi igual. Lo ltimoen haberse construido es lo que permanece hasta hoy da, aunquesigue siendo modificado: una sala, recmaras en tres niveles, unbao, una cocina y el taller donde mi pap haca las artesanas setransform en un desvn, una bodega catica, polvosa e inescrutabledonde se acumulan to-dava cajas que contienen todo tipo devejestorios, rotulados taxonmicamente, en un coqueteo con elreciclaje: esferas, revistas Rollo, fotocopias, doctos y dems. Haytambin tablas, rejas de alambre, tubos, fierros, sofs, ollas,empaques de unicel, botellas y frascos, lminas acanaladas de fierrogalvanizado, bolsas con contenidos misteriosos, una cama, latas depintura seca, una silla de ruedas elctrica, ropa,

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    alambre, columnas de peridico, aparatos descompuestos, elcaballete y las herramientas de mi pap, alacenas, piezas deherrera, tinas, una bicicleta, rejas, palos, refaccionesauto-motrices, un galn de petrleo, bultos de cemento, utensilios decocina, cables, cajones metlicos, costales, un biombo y un espejoroto. De algn modo, a travs de sus objetos en desuso, ah seconcentran todas las capas de experiencia de la casa y sushabitantes. Como mi mam, mi hermana Erndira trabaja ahora en unainstancia de derechos humanos; Jess en un par-tido poltico; Rogelioes profesor; mi pap, hoy retirado, es-cribe, lee y sigue soando enla posibilidad de seguir haciendo mejoras al hogar. Desde siemprela casa ha sido un hbrido de necesidades concretas y formas queapelan a un orden arqui-tectnico extrasimo. A lo largo del trnsitofragmentario a que obliga la configuracin de los espacios, se puedereconocer la transformacin heterodoxa del sitio a travs de la ptinadel uso, de la acumulacin sedimentaria de voluntades de mejora o deurgencias momentneas y su eventual fracaso. El tiempo y la energason palpables en cada detalle, haciendo tambin

    Abraham Cruzvillegas, documentacin fotogrfica del Ajusco paraAutoconstruccin, 2008.

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    obligada una conciencia de lo contiguo, de lo que hay alre-dedor, de nuestra presencia all, en un amontonamiento de instantesque no se han detenido. La casa sigue cambiando. Remodelacionesparciales, adaptaciones improvisadas y can-celacionesdefinitivamente inacabadas son algunas posibles descripciones deldesarrollo de la casa, que se convierte como un todo inconexo enuna suma arbitraria de contradiccin pu-ra: tal es su aspecto, quelos vecinos todava dicen que arriba de mi casa aterrizan ovnis. Entodo caso, la colonia si no es que la ciudad entera es un pueblo dealiengenas.

Abraham Cruzvillegas - [PDF Document] (2024)

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